Hoy es un día especial. He amanecido rebosante de felicidad.
Parece que esto de la vida va conmigo, me refiero a que los
años pasan. Tengo mil y una historias que contar. Los pequeños de la familia
han crecido, pues ya no lo son tanto, e incluso esta aumenta.
Inesperadamente un recuerdo que me ha abordado. No se los
años que tendría, cuatro o cinco, quizá seis. Me imaginaba de mayor, creo que
eso es algo que todos hemos hecho en alguna ocasión.
Nada tiene que ver aquella imagen con lo que soy hoy, nada
tienen que ver aquellos pensamientos con los de ahora.
Y es que los días pasan y no en balde. Decides mirar atrás y
todo ha cambiado. A veces la nostalgia se apodera de nosotros: echas de menos a
personas que inevitablemente ya no están, la inocencia que tenías cuando creías
en Los Reyes Magos y el Ratoncito Pérez o incluso cuando pensabas que algunas
cosas eran para siempre.
Recuerdo aquellos domingos jugando a las casas de tiza,
nuestros bebés eran piedras. También jugábamos a “los macarras” donde nuestras
motos eran bicis, además, teníamos nuestro karaoke elaborado con banastas, un
árbol daba cabida a una guarida y un símil de cosas así. Cuanta imaginación y que derroche de ilusión.
Entonces todo era posible, porque lo visualizabas y lo
hacías ver a los demás. Nadie te decía que eso no era posible, al contrario,
todos querían colaborar y formar parte del juego.
Pero, creces. Creces y de repente todo el mundo empieza a
decirte que no puedes, que eso no es así. Que eso es así, asá y asó. Un día te
das cuenta que te lo has creído, y que, has dejado de soñar. Has dejado de
crear únicamente porque te has ido difuminando, como tus ideas.
Te has dejado regir por lo que te han dicho los demás. Y
entonces empiezas a creer que antes eras feliz, añoras todo lo acontecido.
Ahora, es ahora, estamos aquí haciendo cosas de mayores: hablando como mayores,
siendo serios como mayores, inculcando valores a los más pequeños como mayores,
con un montón de problemas como mayores… y todas esas cosas de, por supuesto, mayores.
Pues no. Me niego rotundamente, no a ser mayor, sino a dejar
de ser Marta. Y es que a mí me gusta soñar, a mi me gusta reír, a mi me gusta
jugar, no me gusta ser seria, no me gusta decir a los demás lo que tienen que
hacer, simple y llanamente: a mí me gusta ser yo.
Y yo, no va a cambiar porque no les guste a los demás, de hecho, si alguien
tiene un problema son ellos, que es a quien no les gusto.
Habitualmente escucho
como la gente volvería al pasado, a su niñez, a su adolescencia, a cualquier
etapa. Siempre se lamentan de algo y ese algo los tiene marcados de por vida.
Les ha nublado la capacidad de ser hoy día, porque como se la pasan con la
cabeza retorcida hacía atrás, no pueden ver lo que tienen frente a sus ojos.
Por eso, mis veinticinco años no los cambiaría por ningunos
ya acontecidos.
Creo que siempre he sido feliz, pero no siempre he sabido
apreciarlo.
La única diferencia
entre el ayer y hoy, es que actualmente tengo la capacidad de reconocer, de
sentir que soy feliz y de valorar los pequeños detalles.
Siento una gran
alegría y tengo la manía de compartirla con todas las personas que me rodean.
Aquí no tiene acogida la tristeza y el declive de nuestras
ilusiones.
Aquí cada día cuenta, cada día amanecemos con la convicción
de que” hoy va a ser un gran día”, y vaya que lo es.
Por si alguna vez, me dejo llevar por la corriente y se me
nubla el entendimiento tengo a mi Príncipe Rana, el cual estaréis echando de
menos en estas líneas.
Mi Príncipe Rana no es más que mi conciencia, que se encarga
de recordarme que yo soy quién elijo como va a ser mi día, que yo soy quién
creo “la buena suerte” con mi trabajo duro y constancia, pero sobre todo está ahí para que no me olvide
de jugar, de disfrutar ,de crear y de soñar.
Como habéis podido comprobar, hoy es un día especial.
Como habéis podido comprobar, mañana podré volver afirmar
que “hoy es un día especial”.
Hoy tengo muchos motivos para ser feliz, tantos como los que
tendré mañana.
Feliz día
Un beso de fresa
Marta

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